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Discípulos

El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: ‘¡Que descienda la paz sobre esta casa!’. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.

Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: ‘El Reino de Dios está cerca de ustedes’. Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: ‘¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca’. 

Lc 10,1-12


Jesús envía a sus discípulos a repetir los mismos gestos y palabras con los que él anunciaba la Buena Noticia. Ellos deben ir de dos en dos, acompañándose unos a otros. Sin apoyarse en ninguna autoridad reconocida, sin presentarse en nombre del Templo, ni de Roma; hablan en nombre de un artesano de Galilea que les dijo que el Reino ya llegó, que Dios está con su pueblo.

Llama la atención que los primeros seguidores de Jesús eran personas comunes, sin formación especializada en temas religiosos. No tuvieron que hacer un curso ni capacitarse de ninguna manera para seguirlo. Eran hombres y mujeres que, de pronto, dejaban todo y se ponían en camino tras él. Lo hacían impulsados por el entusiasmo, por el deseo de compartir una nueva forma de ver la vida, la misma que vivía —y contagiaba— ese Maestro que no hablaba como “los escribas y fariseos sentados en la cátedra de Moisés” (Mt 23,1).

No llevan nada. Son personas frágiles y necesitadas. El anuncio del Reino lo hacen desde la precariedad de la vida de quienes no tienen otra cosa que su confianza en aquel galileo del que hablan. La única seguridad que tienen es aquello que anuncian. Son personas que apoyan su vida en una palabra, en una promesa. Para ellos es suficiente. Lo sorprendente para quienes los escuchan es justamente eso: que los discípulos de ese Maestro no tienen otra cosa que su confianza en Jesús y en su mensaje.

Al parecer, precisamente esta manera de presentarse, inseguros y frágiles, es lo que los hace creíbles. En esos pueblos, como en los nuestros, las personas escuchan con más atención a quienes hablan desde la fragilidad que a los que lo hacen desde la arrogancia y la seguridad. Aquellos hombres y mujeres, niños y ancianos, cultos o ignorantes, sanos o enfermos, justos o pecadores, podían escuchar y comprender mejor a quienes eran como ellos: pobres e inseguros. Los que reciben el mensaje son personas comunes, con las mismas dudas, miedos y esperanzas que tenemos nosotros y que tenían los amigos de Jesús que hablaban de ese Reino misterioso.

Lo que impulsa a los discípulos es la confianza que tienen en Jesús, esa es la fuerza que los pone en movimiento y que los lleva a anunciar aquel mensaje sorprendente, aquello que nadie había dicho pero que todos esperaban oír, que en el fondo de sus corazones ya conocían: Dios está cerca y quiere aliviar los dolores de quienes ama.

Esos entusiastas seguidores aún ignoraban que sus vidas se convertirían, con el tiempo, únicamente en contar una y otra vez lo que habían vivido junto al Maestro. Los esperaban tiempos muy difíciles, casi todos padecerían todo tipo de persecuciones y finalmente morirían por ser discípulos del Galileo. Gracias a las vidas y la valentía de esos hombres y mujeres, y de muchos otros que los siguieron, aquel mensaje de gozo y esperanza llegó hasta nuestros días.




4 pensamientos en “Discípulos”

  1. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.

    Nada que los pueda retener, nada que les pueda pesar. Nada que pueda ser obstáculo. Nada que los ate.
    La misión del apóstol es una misión de libertad, para llevar la paz, sanar y liberar, anunciando el Reino.

  2. Sin apoyarse en autoridad alguna, ni en nombre de ningún templo, ni de Roma.

    Caramba…….

    “Al parecer, precisamente esta manera de presentarse, inseguros y frágiles, es lo que los hace creíbles”
    Brillante!!!

    Gracias!!!

    Abrazo Jefe!!!!

  3. Darnos cuenta que la fragilidad es propia de la condición humana nos hermana y nos sitúa unos/as con otros/as. Esa misma fragilidad y el entusiasmo por seguir a Jesús nos impulsan a renovar nuestra vocación misionera. Gracias padre Jorge!

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