Él se retiró a solas con ellos hacia una ciudad llamada Betsaida. Pero la multitud se dio cuenta y lo siguió. Él los recibió, les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto. Él les respondió: Denles de comer ustedes mismos. Pero ellos dijeron: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente. Porque eran alrededor de cinco mil hombres.
Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: Háganlos sentar en grupos de cincuenta. Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
Lc 9, 11-17

Este texto que escuchamos en la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo comienza diciendo “él se retiró a solas…” ¿por qué Jesús quiere estar solo? Para saberlo tenemos que leer el relato completo y entonces descubrimos que, unos momentos antes, Jesús se había enterado de que Herodes había asesinado a su primo, Juan el Bautista, a quien él amaba y al que llamaba “el hombre más grande nacido de mujer” (Lc 7,28). También se dice que “se retiró a solas con ellos”, por lo tanto no es una soledad completa, es una soledad con sus amigos más cercanos. El relato nos transmite intimidad. Jesús está buscando en la soledad y en la compañía de sus afectos un consuelo para su dolor.
En ese contexto de duelo aparece en escena “la multitud”, que lo busca hasta encontrarlo, y entonces se dice que Jesús “los recibió”. El que quería estar solo ahora se encuentra rodeado por mucha gente. Él deja de lado su pena, sale de sí mismo y de lo que está viviendo en su corazón para ocuparse de los que lo necesitan. Entonces “les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados”, es decir que a pesar de su dolor se ocupa de los dolores de los demás. A veces nuestros dolores se convierten en una excusa para no mirar los de los demás, pero Jesús no se olvida de los que sufren aunque su propio dolor fuera muy grande.
El relato recuerda que se encuentran “en un lugar desierto” y los discípulos le dicen a Jesús que despida a la gente para que pueda ir a un sitio en el que encuentren comida y refugio. La actitud de despedirlos no parece una actitud egoísta, no pretenden desentenderse de ellos sino que, por el contrario, quieren hacer algo por ellos y, a la vez, cuidar a Jesús que necesita estar “a solas”. Los amigos del Maestro están atentos a las necesidades de esas personas y también a la necesidad de Jesús.
Pero Jesús, una vez más, sorprende a sus discípulos y dice: “denles de comer ustedes mismos”. ¿Cómo van a dar de comer a todas esas personas? ¡Ellos solo tienen “cinco panes y dos pescados”! La respuesta de Jesús vuelve a sorprender: “háganlos sentar”.
En este punto del relato podemos dejar volar la imaginación y pensar en Jesús que realiza un gesto impresionante o, en lugar de dejarnos llevar por fantasías podemos hacer lo que Jesús pide: sentarnos con humildad en el desierto y escuchar con el corazón lo que dice este relato: “levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos (los cinco panes y los dos pescados) la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud”.
¿Qué hizo Jesús? ¿Cómo hizo eso? Si elegimos el camino de la imaginación podemos ver a Jesús como alguien parecido a un mago que saca conejos de su sombrero, pero también podemos intentar dejar la imaginación a un lado y preguntarnos qué quiere decir este texto, qué nos quiere transmitir a cada uno de nosotros que lo escuchamos dos mil años después. En muchos momentos de los evangelios se muestra a Jesús repartiendo vida, y él dice de sí mismo: “yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Juan 10,10) Repartir pan es repartir vida. Al hacer ese gesto ¿Jesús nos quiere deslumbrar con sus super-poderes o nos quiere decir que él es quien da vida?
Ver a Jesús como un mago nos puede asombrar y despertar admiración, pero verlo como quien regala la vida, como quien me regala la vida, nos invita a un asombro mayor y a una respuesta. Si veo que Jesús es el que me regala la vida entonces mi corazón se llena no solo de asombro sino también de gratitud y alegría. En el asombro permanezco inmóvil pero en la gratitud y la alegría me siento impulsado a la acción, a responder de alguna manera; en el asombro permanezco mudo y quieto, pero la gratitud me lleva a dar gracias y me pone en movimiento hacia Jesús y hacia los hermanos.
No estamos presenciando a un mago sino a un hombre atravesado por un inmenso dolor que les enseña a sus amigos (a nosotros) a salir de sí mismos y abrir sus corazones a los demás. Ver los milagros de Jesús como las acciones de un super-héroe de los que nos presentan las películas, es mucho más fácil y menos desafiante que ver en esos gestos unas señales, unos signos, unos signos que nos hablan de quién es Jesús, quienes somos nosotros y como es nuestra relación con él.
Este texto se lee hoy, cuando celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesús y nos recuerda que la hostia consagrada que veneramos no es fruto de la magia, es signo de nuestra fe que hace presente a Jesús en nuestras vidas y comunidades. Celebrar la eucaristía, compartir este pan bendito que desde hace dos mil años se multiplica, más que contemplar un milagro es participar de un acontecimiento que nos llena de vida, que nos cambia la vida. Cuando la eucaristía solo nos asombra como un hecho extraordinario pero no nos modifica, entonces no estoy celebrando la fiesta de la vida, solo estoy repitiendo una rutina. Una rutina asombrosa quizás, pero que no afecta mi vida, no me transforma, no me impulsa a vivir de una manera nueva.
Para comprenderlo es suficiente sentarse en el desierto y agradecer la vida recibida. La eucaristía es la fiesta de la vida nueva.
Gracias Jorge. Cada vez más interpelado por ese pan. Abzo.
Gracias padre Jorge por invitarnos a interpretar los gestos y signos de Jesús!
“…….No estamos presenciando a un mago sino a un hombre atravesado por un inmenso dolor que les enseña a sus amigos (a nosotros) a salir de sí mismos y abrir sus corazones a los demás. Ver los milagros de Jesús como las acciones de un super-héroe de los que nos presentan las películas, es mucho más fácil y menos desafiante que ver en esos gestos unas señales, unos signos, unos signos que nos hablan de quién es Jesús, quienes somos nosotros y como es nuestra relación con él…..”
Caramba…… valiente lo suyo eh!!!!
En estos tiempos turbulentos (quizás de 3 guerra mundial) se hace imperioso ” sentarse en el desierto y agradecer la vida recibida”
Tendremos la valentía de contemplar nuestros propios desiertos???
Abrazo Jefe!!!!!