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Al cielo

Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto’.

Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.

Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

Lc 24, 46 – 53


En este domingo recordamos la Ascensión de Jesús que se va “al cielo”. La palabra “cielo” en tiempos de Jesús evocaba algo muy diferente a la idea que tenemos nosotros cuando la escuchamos, en aquel entonces el cielo era ese lugar de dónde venía la luz y el calor del sol, y también el agua que regaba los campos. Por lo tanto gracias al sol y la lluvia era posible la vida. Si el cielo era el sitio desde el cual venía la vida entonces allí “estaba Dios”. “Jesús sube al cielo” es una manera de decir que se va al lugar en el que está la fuente de la vida, allí donde reside la gloria de Dios.

“Les conviene que yo me vaya” dijo Jesús a sus discípulos durante la Última Cena, ¿por qué podía ser conveniente algo así? ¿cómo podía ser mejor para sus amigos que él ya no estuviera con ellos? El mismo Jesús contesta esas preguntas:“porque si no me voy, el Paráclito (el Espíritu Santo consolador) no vendrá a ustedes. Pero si me voy, lo enviaré.” (Jn. 16,7) De esa manera se indica que Jesús ya no los acompañará por los caminos de Galilea, ya no estará en la barca durante la tormenta ni multiplicará los panes y los peces, ya no estará JUNTO a ellos porque estará EN ellos. El Espíritu de Jesús, (el espíritu que consuela), inundará sus vidas con una fuerza que los impulsará y transformará. En otras palabras: “el cielo” ahora estará en sus corazones.

En este día recordamos el momento en el que Jesús comienza a estar presente de una manera nueva y los discípulos comienzan una nueva etapa en sus vidas, ahora Jesús ya no estará tal como lo conocían. Esta nueva manera de estar presente Jesús significa para los discípulos un cambio muy importante. El nazareno siempre invita a crecer, a ver todo de una manera nueva y a cambiar. La conversión, la metanoia, no se refiere solo a abandonar una vida de pecado, se refiere también a abrir el corazón a los cambios interiores que son necesarios para ser discípulos de Jesús.

En muchos momentos de la relación que los discípulos tenían con Jesús ellos descubrieron que lo que ya conocían de él era muy poco, que aún tenían muchísimo más por conocer. También nosotros estamos llamados a crecer continuamente en nuestra relación con Jesús, nunca podemos pensar que ya lo conocemos, por muy importante que sea nuestra relación con aquel Jesús que conocemos desde el catecismo siempre seremos invitados a establecer con él un vínculo más profundo y cercano. 

Más tarde dirá San Pablo a los Efesios: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente”. Y agrega: “Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados …” (Ef. 1, 17-20) Siempre estamos llamados a crecer en el conocimiento y amor de Jesús.

Ustedes son testigos de todo esto” dice el nazareno a sus amigos y luego el texto señala que ellos “volvieron a Jerusalén con gran alegría”. Haber sido testigos de “todo esto” no es para los amigos de Jesús un peso, una responsabilidad, o un mandato que se les impone, sino una “gran alegría” que se contagia a los demás. A partir de entonces ellos serán testigos de la alegría del Evangelio y llevarán esa buena noticia a todos los lugares a los que vayan.

Nosotros también somos invitados a llevar a nuestras familias, a nuestros lugares de trabajo, a nuestro barrio, a nuestras vidas, esa alegría que nace “en el cielo”, en ese “cielo” que hay en nuestro corazón, allí está Dios. No allá arriba sino aquí, en lo más íntimo, en ese sitio que solo puede ver “tu Padre, que ve en lo secreto” (Mt 6,4).

AUDIO HOMILÍA:




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