Después que Judas salió, Jesús dijo: ‘Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden venir’. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros’.
Jn 13, 31-35

Vivimos inmersos en un mundo de señales: semáforos que regulan el tráfico, señales de tránsito que nos advierten del peligro, iconos en nuestros dispositivos que nos indican funciones, en todas partes encontramos indicaciones que nos orientan. La característica fundamental de una buena señal es su claridad. Hoy Jesús nos habla de una señal: es la señal que indica que somos discípulos suyos. Se trata de una señal bien concreta: “en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”. Es una señal para los demás y también para nosotros mismos, la señal de que soy discípulo la puedo descubrir en mi manera de amar.
Podemos formular la misma idea al revés: los que aman como Jesús son discípulos suyos. Gracias a esa señal, descubrimos que el número de los discípulos es mucho mayor del que creíamos: todos los que en este mundo aman como Jesús son miembros de esa comunidad de discípulos. De esa manera encontramos discípulos de Jesús mucho más allá de los límites de las instituciones religiosas. Es una señal que relativiza algunos números o algunas ideas. Puede haber muchos discípulos que no figuran en ninguna estadística de la parroquia y puede haber quienes están en esas listas y no sean discípulos. Que en el mundo, o en el país, o en el barrio, las encuestas digan que hay tal cantidad de católicos no quiere decir que haya la misma cantidad de discípulos.
¿Cómo nos ama Jesús? Se puede describir ese amor de muchas maneras pero hay una característica que es la más importante: el amor de Jesús es gratuito. El amor de Dios manifestado en Cristo Jesús es absolutamente gratuito, como es gratis el amor del padre o de la madre hacia sus hijos. Es un amor “a cambio de nada”. La madre que contempla a su hijo mientras duerme no “espera nada”, solo disfruta de la existencia de esa criatura. “Ustedes son hijos, no esclavos” dice San Pablo a los Gálatas (Gal 4).
La palabra “discípulo” quiere decir “el que sigue en el camino”, ser discípulos de Jesús es seguirlo, ir en la misma dirección en la que va él. La madre o el padre que cuidan de sus hijos, los amigos que se ayudan, los maestros que enseñan, los enfermeros que cuidan, los vecinos que organizan comedores comunitarios…, todos los que actúan movidos por un amor gratuito caminan por el mismo camino que camina Jesús.
Jesús propone una señal clara, muy clara, demasiado. Se puede ver enseguida. Se nota inmediatamente su presencia; y, también, es muy notable, impresionante, su ausencia. Es fácil observar que muchos que no participan habitualmente de la vida parroquial son discípulos de Jesús y algunos de los que participan siempre pueden no serlo. La indiferencia ante el sufrimiento ajeno, la discriminación y los prejuicios, la ausencia de perdón y la persistencia en el rencor, el egoísmo y la indiferencia también son señales, señales de que no se sigue el mismo camino de Jesús.
La señal del discípulo no es un color, ni un distintivo, ni una manera de vestir, ni una ficha de afiliación, ni un himno o una bandera, tampoco un certificado de bautismo. La señal es una manera de amar que se manifiesta en acciones concretas, que trasciende las fronteras institucionales y que nos invita a un constante crecimiento personal y comunitario.
AUDIO HOMILÍA:
Gracias padre Jorge por la amplitud de criterio en torno al concepto del discipulado de Cristo!
Querido Jorge, la última frase del anteúltimo párrafo de tus notas, nos advierte muy bien sobre las formas de no amar que podemos ejercer. Gracias.