Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.
Jn 10,27-30

En nuestro país no hay pastores que caminan delante de las ovejas, los que se ocupan de ellas van a caballo y desde atrás las arrean a los gritos y con perros. En cambio, en las tierras en las que hay pastores, el pastor camina cantando o silbando y las ovejas, acostumbradas a su voz, lo siguen. Saben que siguiéndolo están protegidas y llegarán adonde hay agua y alimento.
El Señor, para describir nuestra relación con él, usa esta imagen del pastor, las ovejas, y el misterioso vínculo que los une: el sonido de la voz. Parece un vínculo muy frágil, esa voz es apenas un poco de aire que pasa por unas cuerdas vocales. La voz viaja desde la garganta del pastor hasta los oídos de las ovejas a través de unas ondas que se desplazan también por el aire. El rebaño y el pastor están unidos por un vínculo invisible que es en apariencia débil pero sin embargo muy fuerte. Las ovejas no entienden lo que dice la voz, solamente la reconocen, saben diferenciar entre esa voz y otras voces. Nunca seguirán la voz de un extraño. Las ovejas reconocen la voz del pastor y la asocian a una experiencia: cerca de esa voz tienen protección y alimento. Tienen vida. No se trata de entender sino de reconocer.
Las ovejas no comprenden las palabras solo reconocen el sonido de la voz. No importa lo que dice el pastor, en ocasiones no dice nada, solo grita o silba. Ese sonido indica la proximidad o lejanía a la que se encuentra el pastor y para las ovejas lo que importa es esa distancia. Al oír esa voz las ovejas saben en dónde está el pastor y hacia dónde camina, de esa manera saben hacia dónde deben dirigirse. Las ovejas no “entienden” lo que dice el pastor, solo “saben” que a qué distancia se encuentra.
Quizás perdemos tiempo intentando entender las palabras del Pastor cuando lo que importa es saber si lo estamos siguiendo o si nos estamos alejando de él. La verdadera cuestión no es “entender” a Jesús sino seguirlo, permanecer cerca del sonido de esa voz aunque en ocasiones no comprendamos lo que nos dice.
El primer paso entonces es saber distinguir su voz, saber diferenciarla de otras voces. Escuchamos muchas voces, ¿qué voces nos dan vida? ¿a qué voces asociamos la sensación de una vida plena? ¿qué voces nos angustian y cuáles nos consuelan? Podemos reconocer la voz del Pastor en aquellas voces que nos animan, sabemos que son del Pastor las voces que hacen crecer en nosotros los sentimientos de amor, perdón, alegría, belleza. Sabemos que no son del Pastor las voces que endurecen el corazón en el resentimiento, el egoísmo, la tristeza… Para reconocer la voz del Pastor parece que no es suficiente escuchar el Evangelio; también es necesario saber qué despiertan en nosotros las palabras que escuchamos, es necesario confiar en esa voz que suena en nosotros cuando escuchamos sus palabras, confiar en las promesas que contienen. El rebaño confía en el sonido de esa voz y el discípulo confía en la promesa que se escucha.
¿Me atrevo a seguir esas voces, aquella que hoy escucho y la que hoy brota en mí? ¿me atrevo a ser discípulo, a dejarme enseñar por el suave sonido de una voz interior que viene del Pastor?
El Buen Pastor no está «ahí afuera» sino «aquí adentro» , su voz no suena lejos. “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”.
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