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Desierto y tentaciones

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.

El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan». Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan».

Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: «Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá». Pero Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto».

Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra». Pero Jesús le respondió: «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios».

Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

Lc 4 1-13


En el primer domingo de cuaresma la liturgia nos presenta a Jesús en el desierto, en un lugar inhóspito y peligroso. Para conocer ese sitio no necesitamos viajar con la imaginación hacia desiertos de arena y viento porque también nuestras ciudades, y hasta nuestras casas, pueden ser espacios de enorme soledad y amenazas de todo tipo. Las guerras, la injusticia, la inseguridad, el cambio climático, y muchas otras situaciones, nos recuerdan cada día que el desierto está mucho más cerca de lo que parece.

En el silencio del desierto aparecen los miedos y, con ellos, las tentaciones. Tentaciones de todo tipo: la búsqueda de la seguridad en el dinero, la tendencia a encerrarnos en nosotros mismos y olvidarnos de los demás, la mentira, la envidia, la fuga hacia el consumismo, la evasión a través de algunas drogas o del alcohol; muchas, muchísimas tentaciones para calmar esa angustia que causa vivir en estos tiempos inquietantes. Al mostrar a Jesús en el desierto se dice que él, como nosotros, experimentó temores y tentaciones.

En el texto de este domingo descubrimos que en la soledad, Jesús enfrentó tres tentaciones: 

  1. la tentación de querer manipular a Dios en lugar de intentar conocerlo y amarlo
  2. la tentación de una religiosidad reducida a la magia
  3. la tentación de una fe superficial y vacía, sin compromiso ni amor

En realidad las tres se pueden sintetizar en una: la tentación del poder, de confiar solo en nosotros mismos.

Desde ese desierto llega la voz del Maestro que dice: “conviértanse y crean en el Evangelio”. Convertirse y creer no es solamente proponerse en la cuaresma ser “un poco más buenos”, es dejar de creer en nosotros mismos y creer en el Evangelio, es decir, creer en él, en Jesús. Abandonar nuestras pobres seguridades y abrazarnos a aquel que puede sostener nuestra esperanza para atravesar los desiertos. Convertirse es mirar todo de una manera diferente. 

En las enseñanzas de Jesús “convertirse”, “metanoia”, es mucho más que alejarse del pecado a fuerza de buenos propósitos, se trata de algo más profundo, se trata en primer lugar de “mirar de otra manera”, de cambiar el “punto de vista”; ver de una manera nueva las personas, las cosas, la vida entera. “Convertirse” es aprender a ver como Jesús, ver a Dios y ver todas las cosas con su mirada. 

A veces nos proponemos seguir a Jesús sin intentar mirar la realidad desde el lugar desde donde él mira, y desde donde él nos invita a mirar, y entonces nuestros buenos propósitos naufragan una y otra vez. Con nuestras fuerzas y nuestros buenos propósitos podemos cambiar durante un tiempo algunas cosas, pero esos cambios suelen ser pasajeros y generar otras angustias. Sin embargo, cuando “nos convertimos”, además de encontrar un nuevo rumbo descubrimos también una fuerza nueva gracias a la cual es posible lograr cambios profundos y duraderos.




3 pensamientos en “Desierto y tentaciones”

  1. Gracias. Otra vez me dijo algo al corazón que yo intuía pero no sabía expresarlo.

    Mirar y hacer en la realidad desde donde Jesús mira y actúa.
    Y no desde nuestro buenos propósitos por más inteligentes y buenísimos que los hayamos fantaseado e imaginados, construido. Con estos podemos tener cambios que se diluyen y se agotan pronto.
    Muy bien. Me reflejó mi equivocada dinámica.
    El cambio es desde Jesús.
    Gracias. Me llegó. Lo recibí.
    Gracias.

  2. Hola!!!!
    Esta bueno eso de mirar nuestros propios desiertos.
    Una vez alguien me dijo que “los fantasmas desaparecen cuando los miramos de frente”.
    Quizás de eso se trate la contemplación.
    No conozco mucho de los ejercicios ignacianos, pero supongo que apuntan hacia ese lugar.
    Lao Tsú decía que “el vacío es lo que hace que las cosas sean útiles” (valga el ejemplo de un vaso, una casa, una puerta, etc).
    Se me ocurre que sería bueno enfrentar los fantasmas, “que por nuestros miedos”, nos llenan los vacíos.
    Y expulsarlos.
    Y así, ser los soberanos de nuestros vacíos.
    Y dejar que allí entren solo las cosas importantes para nosotros y la vida misma.

    Abrazo jefe!!!!!

  3. Tomarme el tiempo necesario para ver si mi vida se apoya en Jesús o lo quiero manipular. En el silencio puedo cambiar mi fe q es superficial y ver mi vida c la mirada de Él. Puedo encontrar una fuerza del Espíritu Santo q me impulsa a cambiar ( metanoia)

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