Jesús dijo a sus discípulos: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.
Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será́ grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará́. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.
Lc 6,27-38

Habitualmente algunos rasgos y gestos de los padres y las madres pueden encontrarse en los hijos, y en este texto Jesús nos dice cómo podemos parecernos a nuestro Padre del Cielo, nos dice cuándo por nuestros gestos y palabras nos parecemos un poco a ese Padre que nos ha dado la vida, que hoy nos da la vida ¿Cómo podemos hacer para parecernos a Dios? ¿Acaso es posible?
El Maestro nos dice que nos parecemos a Dios cuando amamos y que cuanto más gratuito y desinteresado es nuestro amor, más nos parecemos al Padre que “hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,45) o, como dice el texto que escuchamos hoy, cuando somos como ese Padre que “es bueno con los desagradecidos y los malos”. Cuando Jesús habla del amor a los enemigos nos invita a conocer mejor a Dios.
Al escuchar estas palabras de Jesús sobre el amor a los enemigos seguramente los discípulos habrán quedado perplejos. A ellos sus padres y maestros les habían enseñado exactamente lo contrario, a los enemigos había que odiarlos. Esa era una de las enseñanzas más claras y contundentes que habían recibido ya que toda la historia del pueblo de Israel era una historia de guerras contra enemigos que habían intentado exterminarlos. Además, en el tiempo en el que Jesús pronuncia esas palabras, ellos estaban siendo sometidos con crueldad por un ejército poderoso y despiadado. ¿Amar a los enemigos?
Como siempre, Jesús invita a mirar las cosas de una manera completamente nueva y sorprendente. Pero si observamos detenidamente descubrimos que Jesús no invita a tener una idea “más positiva” de los enemigos, su invitación es aún mucho más profunda y desafiante: ¡lo que dice es que Dios no es eso que los discípulos creen!, ¡invita sus discípulos a pensar en Dios de una manera nueva! Jesús no está hablando de los judíos y de su manera de convivir con quienes los oprimen, eso solo es una consecuencia, él habla de Dios, su Padre, e invita a sus discípulos a pensar en Dios de una manera completamente opuesta a todo lo que les habían enseñado, los invita a abandonar la idea de un Dios violento. La historia entera de Israel se apoyaba en la idea de un Dios que combatía y era vengativo, un Dios que luchaba junto a los ejércitos del pueblo elegido en contra de sus enemigos, y las palabras de Jesús proponen algo muy diferente.
¿Y en que se apoya el Maestro para decir eso? ¿cuál es el argumento que justifique un cambio semejante? Jesús suele decir cosas inmensas a partir de observaciones muy simples, y en esta oportunidad les muestra a los discípulos (a nosotros) que Dios “es bueno con los desagradecidos y los malos”, que Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, envía la lluvia sobre justos e injustos (Mt 5,45). También los enemigos de Israel reciben el sol y la lluvia de las manos de Dios, a ellos también Dios, que es Padre de todos, les da la vida. ¡El enemigo es un hermano porque es hijo de mi Padre! En esas imágenes encontramos una idea de enorme actualidad: ¡todos somos hermanos y nadie puede apropiarse de Dios!
En las palabras de Jesús Dios no es un guerrero que combate de parte de unos y en contra de otros sino un Padre de todos. Al hablar de esa manera señala que al odiar a los enemigos se expresa una idea de Dios que no es la de un Padre bueno que ama a sus hijos. La imagen de un Dios guerrero justifica las guerras y toda forma de violencia, pero la imagen de Dios que es Padre exige una nueva manera de vivir y convivir. En este texto Jesús dice que es posible parecerse al Padre del Cielo, que nos parecemos más a nuestro Padre cuándo en nuestros gestos y palabras somos como ese Padre que nos ha dado la vida y no cuando combatimos unos contra otros.
Después de reconocernos como hermanos viene la tarea sobre cómo convivir, pero primero debemos reconocernos como hermanos. Después de amarnos podemos corregirnos unos a otros, podemos expresar lo que pensamos, desde el amor es posible también reclamarle al hermano que cambie, que modifique su manera de vivir. Solo si amo puedo perdonar y pedir perdón, puedo buscar la manera de convivir mejor y de transformarnos unos a otros. Sin amor y sin reconocernos hermanos estamos condenados a luchar y ya no podemos encontrarnos con Dios.
Hoy también resulta difícil escuchar estas palabras porque tenemos que convivir con personas que tienen formas de vivir y pensar muy diferentes a las nuestras y seguimos aferrados a conceptos sobre Dios que no son los que nos enseña Jesús. También en nuestros días tenemos que convivir incluso con personas violentas y agresivas o con situaciones de una enorme injusticia, de una injusticia que “clama al cielo”. Además, nos llenamos la boca hablando de “inclusión” cuando nos referimos a quienes son muy diferentes mientras esas personas están lejos, pero cuando se acercan aparecen los temores y los prejuicios. A veces ni siquiera somos capaces de convivir en paz en una misma familia cuando las maneras de pensar sobre algunos temas no coinciden. En ese contexto difícil Jesús nos invita a elevar la mirada hacia Dios que ama y perdona y nos invita a parecernos a él.
En el relato del libro del Génesis sobre el origen de la humanidad, se señala que el ser humano quiere ser como Dios, parecerse a Dios. Adán y Eva lo intentan comiendo del árbol del bien y del mal, decidiendo ellos lo que está bien y lo que está mal, pero por ese camino solo logran descubrir que estaban desnudos. Muchos a lo largo de la historia pretenden ponerse en el lugar de Dios y decidir dónde está el bien y dónde el mal y en su ceguera son capaces de disponer de la vida de los otros. También quedan desnudos.
Jesús propone otra manera de parecernos a Dios: amar como Él. En el texto de hoy no se habla solo de cómo convivir con los que son diferentes, se invita a algo más profundo, Jesús habla de nosotros y nuestra relación con nuestros enemigos para hablar de nosotros y nuestra relación con Dios, para recordarnos el amor incondicional que Dios tiene por cada uno.
AUDIO HOMILÍA:
Será que…..
El Padre del cual habla el Maestro es una entidad distinta al “dios del pueblo de Israel?????
Valiente lo suyo Jefe eh!!!
Abrazo!!!
(Y……. quizás Zacarías Sitichin tenga razón….)
Debemos parecer nos a nuestro Padre,Dios.es Amor y es Padre de todos.Motivo p amar a los enemigos. Todos somos hermanos. AMAR,BENDECIR,PRESTAR,PERDONAR,DAR ,ACOMPAÑAR,ROGAR,conocer bien al Padre y ser como Él MIREMOS AL HIJO QUE NOS LLEVA A ÉL, CON EL SANTO ESPÍRITU 🙏👀👣🕊🌿♥️