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La noche, la oración y los pobres

En esos días, Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles.

Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:

«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!

Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Lc 6,17.20-26


En el texto del evangelio de este domingo fácilmente dirigimos nuestra atención hacia las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús tal como las presenta San Lucas y no nos detenemos en el comienzo del relato, donde se nos muestra a Jesús que busca momentos de silencio y oración, tiempos prolongados de encuentro con Dios: “pasó toda la noche en oración”. Tienen también un significado especial el lugar, “se retiró a una montaña”, y el horario, “toda la noche”, con esas referencias se indica la búsqueda de un sitio apartado y tranquilo en el cual la oración se pueda desarrollar sin interrupciones.

Nosotros, por el contrario, en muchas oportunidades creemos que son suficientes breves y rápidas oraciones dichas al pasar porque pensamos que “Dios ya me conoce y sabe lo que necesito”. Evidentemente eso es verdad, Dios nos conoce y sabe lo que necesitamos, pero la oración es necesaria porque nosotros aún conocemos poco de él y no sabemos bien lo que necesitamos. La oración no es un medio a mi disposición para informar a Dios de mis necesidades, una especie de oficina que atiende los reclamos de los clientes; es al revés, los tiempos de oración son una oportunidad para aprender a conocer a Dios y para descubrir aquello que verdaderamente necesitamos. Si creemos “que ya lo conocemos” y confundimos nuestros deseos con nuestras necesidades, es probable que nuestra vida espiritual naufrague en la superficialidad y el autoengaño.

¿Cómo se “conoce a Dios”? Dios no es una materia de estudio que se aprende hasta que es posible decir “ya lo sé”, a él se lo conoce como se conoce lentamente a una persona, compartiendo tiempo con ella, escuchando y abriendo el corazón en su presencia. En realidad, cuando nos referimos a Dios la palabra “conocer” no es la correcta, Dios es inaccesible a nuestra capacidad de comprensión. El crecimiento espiritual es un proceso largo en el que se avanza lentamente y solo podemos acceder a cierto conocimiento de Dios a lo largo de toda la vida. También algo similar ocurre con las personas, solo podemos acceder a un cierto conocimiento de una persona si generamos espacios en los cuales compartir con ella, si logramos establecer un vínculo de afecto. El encuentro con Dios, y con nosotros mismos, requiere tiempo, Jesús “pasó toda la noche en oración con Dios…”

En este contexto Lucas nos presenta las bienaventuranzas y en ellas se dice que son “felices” aquellos que buscan a Dios y abren su corazón ante él, y de los que creen que ya lo conocen o no necesitan ni de Dios ni de nadie se dice “¡ay de ustedes, los que ahora están satisfechos!” Los que están satisfechos no necesitan nada, tampoco de Dios, tienen suficiente con sus riquezas, con aquello que los tiene “satisfechos”.

Sin embargo, todos conocemos personas que son muy felices a pesar de tener muchas “necesidades insatisfechas” y otras que no encuentran la felicidad aun teniendo más de lo necesario para estar “satisfechos”. Para algunos puede ser dinero u otras cosas materiales; para otros pueden ser maneras de pensar, seguridades ideológicas, también enojos o resentimientos y, curiosamente, también hay quienes se sienten satisfechos con su ignorancia, se conforman con no pensar y se instalan en la superficialidad. 

En nuestro tiempo es especialmente difícil comprender el mensaje de las bienaventuranzas porque la palabra “pobre” está cargada de un fuerte significado socioeconómico. Necesitamos recuperar el verdadero sentido que esa palabra tiene en los evangelios, allí la expresión “pobre” quiere decir “el que confía en Dios” o “aquel para quien el único refugio es Dios”. La referencia constante a la palabra “pobre” en su significado socioeconómico y la casi desaparición de la palabra “Dios” en el lenguaje cotidiano, han distorsionado hasta hacer incomprensible el significado de esta palabra en el mensaje de Jesús.

Todos sabemos que es posible que una persona que desde el punto de vista económico puede ser considerada pobre también puede ser alguien soberbio, violento, y alejado de cualquier búsqueda espiritual; como es evidente también que alguien que socialmente puede ser considerado rico sea alguien generoso, capaz de compartir y sincero buscador de Dios. La dificultad para acceder a la riqueza de estos textos aumenta cuando a estas dificultades se agrega una utilización ideológica o política de estos términos. Estas enseñanzas de Jesús son de una gran importancia porque se refieren, nada más y nada menos que a la actitud a partir de la cual es posible crecer en nuestra vida cristiana cualquiera sea nuestra situación económica o nuestro lugar social.

En el lenguaje bíblico los pobres son llamado “anawim“, son aquellos que confían completamente en Dios, son aquellas personas que reconocen su necesidad de Dios con humildad y confianza. En los Salmos son frecuentemente presentados como los verdaderos adoradores de Dios y por eso María Santísima es en la tradición de la Iglesia un ejemplo perfecto de “anawim“, de humildad, confianza absoluta y aceptación de la voluntad de Dios en su vida.

Precisamente en la oración, en el encuentro personal con Dios, descubrimos el verdadero significado de la pobreza en el sentido que esa palabra tiene en los labios de Jesús. En esos momentos de encuentro con Dios experimentamos nuestra pobreza personal cualquiera sea nuestra situación económica. Al ponernos en las manos de Dios en la oración somos “anawim” y conocemos el amor de Dios hacia esa pobreza nuestra. De esa manera nos sentimos cerca y al servicio de todos los pobres sin recurrir a ninguna ideología.

Uno de los mayores aportes que podemos hacer los cristianos para superar las tremendas injusticias sociales de nuestro tiempo es recuperar el sentido religioso de la palabra “pobre”. Esa tarea de recuperar el sentido de las palabras de Jesús la debemos realizar teniendo en cuenta a quienes padecen más necesidades y son víctimas inocentes de inmensas injusticias. Para ellos es especialmente urgente recuperar la palabra “pobre” en el sentido que la utiliza Jesús. 

En la oración, en muchas noches de oración y encuentro con Dios, podemos encontrar las fuerzas que necesitamos para reconocernos como hermanos y luchar juntos por superar todas las injusticias que hay en nuestro mundo.

AUDIO HOMILÍA:




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